A continuación vamos a reproducir un texto extraído de un interesantísimo libro, "Cuando los políticos mecen la cuna". Lo reproducimos porque en él se expone de manera muy clara cómo se trabaja con menores desde las instituciones; qué son, como funcionan y para qué son utiizados los centros terapéuticos; y también un modo alternativo de ayudar a salir adelante a los chavales.
Aunque el autor no lo menciona, no tenemos ninguna duda de que se refiere al centro terapéutico "Casa Joven Rey Juan Carlos", perteneciente a la Fundación O´Belen, ya que es el único centro de estas características existente en Azuqueca de Henares, y esta Fundación también gestiona el centro de acogida "Las Nubes" en Guadalajara.
“He aquí el accidentado periplo que recorrió Adolfo, un chiquillo “con necesidades especiales” o sea un niño cualquiera, sometido a atención terapéutica por su “conducta disocial”. Insisto porque lo sé, un niño de gran calidad humana, aunque desorientado.
Este niño y sus hermanos fueron puestos bajo cuidado de la Comunidad de Castilla-La Mancha a petición de la madre.
Con un pequeña ayuda en su momento, la Administración se habría ahorrado todo el descrédito de que se ha hecho merecedora y la familia, todas las amarguras y desdichas que cayeron sobre ella.
Primero mandaron a estos niños a un centro de primera acogida e inmediatamente a un piso de una ONG. La conducta y el estado ya calamitoso de las criaturas, que no aceptaron fácilmente separarse de su casa, empeoró a ojos vista, por cuyo motivo los volvieron a desplazar a un segundo piso de otra ONG.
Sorprende el ver con qué desparpajo en toda España, estas instituciones transportan niños como si fueran muebles o electrodomésticos, muchas veces sin contar con los padres ni con los educadores que los tienen a su cargo ni siquiera con los propios niños, que van quedando desgarrados como harapos en alambre de espinos.
En esta nueva residencia, gracias a la cuidadísima actuación de sus encargados, un matrimonio que volcó su mente y corazón en la tarea, los niños comenzaron a mejorar: en poco tiempo ya habían creado vínculos con sus educadores, acudían al colegio con regularidad, eran aseados y voluntariosos, tenían amigos…
Pero a veces con los niños es muy cruel “el destino”, y a los dos meses, esta ONG que acababa de comprar en Albacete dos pisos muy lujosos para tal menester, redujo de modo repentino y drástico incluso los gastos esenciales del piso, alimentación, vestido, como si pretendiese amortizar la compra de las viviendas con las subvenciones que percibía por los niños.
Es insultante ver cómo instituciones supuestamente altruistas, que aglutinan gentes muy encopetadas y adineradas para hacer caridades, en el secreto de lo cotidiano explotan a sus trabajadores y tratan a los chiquillos con denigrante mezquindad.
El caso es que estos educadores se vieron obligados a denunciar ante el fiscal la penuria que estaban padeciendo. Y la ONG los despidió inmediatamente. Y a los niños, que por iniciativa propia también se fueron al domicilio particular de los despedidos, los deportaron, enviándoles a una tercera ONG ubicada en otra ciudad, Guadalajara.
A partir de ahí, mientras sus hermanos se adaptaban pacientemente por cuarta vez, Adolfo se encasquilló en una actitud rebelde repitiendo con obstinación que lo único que quería era: o volver con su madre o con los dos educadores que tan bien le habían tratado. Pero nadie escuchó tan razonable propuesta, antes al contrario, comenzaron a engrosar su expediente, estigmatizándole a medida que se crispaba su conducta.
Como tal comportamiento empezaba a ser muy incómodo (pero todavía no cometía delitos que permitiesen blindar las responsabilidades adultas en un juzgado penal de menores) se recurrió a lo más fácil: recalificar los estigmas del expediente, de manera que ya nadie iba a seguir hablando de un “chico rebelde” sino de “trastornos de conducta disocial que requieren atención terapéutica”. Y le buscaron un lugar “más adecuado”, que para “casos especiales” tiene la misma Fundación en Azuqueca (Guadalajara).
En donde, “cuando el caso lo requiere” se aplican celdas de aislamiento, correas de inmovilización y demás artilugios terapéuticos conforme al criterio de los benefactores, asesorados por sus inmarcesibles “especialistas”. Ley y ciencia, simbiosis pasmosamente eficaz que impide subjetivar en nadie las responsabilidades del progresivo fracaso del niño, salvo en el propio niño. (…)
(…) En la terapéutica ONG en la que Adolfo estuvo privado de libertad, sin necesidad de delito ni condena judicial ya que “todo lo hacían por su bien”, a los niños que se descontrolan les reducen a inmovilidad con correas en zulos aislados. Nadie parece muy interesado en saber quién ni qué les descontrola.
Pues bien, es el caso, que uno de los primeros días en que a la criatura le autorizaron una visita familiar, se fue a visitar a sus antiguos y añorados educadores. Y éstos decidieron acompañarle a un hospital para que los médicos certificasen la cantidad de hematomas y otras señales de malos tratos que llevaba su cuerpo.
Indignados y sin saber muy bien de que manera podrían protegerle de los “protectores”, utilizaron un procedimiento discutible pero eficaz: acudieron a un periodista de El Mundo, quien, para contrastar la información que le daban se puso en contacto con las instituciones tutelares.
En ese preciso instante debieron curársele al niño todos los males “necesitados de atención especial” porque inmediatamente le devolvieron a su familia.
Excuso decir que salió de aquella encerrona terapéutica como un potrillo desbocado y en breve le detuvieron por un pequeño delito; condenándole a dos meses de privación de libertad en el centro de Albaidel que tiene la misma Comunidad.
A los pocos días se escapó y lleva un año en busca y captura, aunque todo el mundo sabe dónde encontrarle. Yo mismo, que no le conocía personalmente, estuve con él la semana pasada y nos caímos tan bien que estoy convencido de que nos haremos amigos. Entretanto sus antiguos fieles educadores ya le han ofrecido habitación en su propia casa y un trabajo, en cuantito mismo cumpla los dieciséis que están a punto de caer…si no llueve y las autoridades lo permiten: que pueden sentirse molestas de que la cosa se arregle…por otras vías.”
Texto extraído del libro "Cuando los políticos mecen la cuna", escrito por el psicólogo Enrique Martínez Reguera (Ediciones del Quilombo, Editorial Popular, 2001)
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